Luna llena

Plena, enorme, cercana aunque difuminada con un velo de nubes que no consiguió opacar su belleza.

Si, he de reconocerlo, soy un poco lunática, eso o es el poder de este cercano satélite de este planeta insignificante en la inmensidad del universo que destruimos inexorablemente.

Salgo del trabajo abrumada por el estrés, el agobio, la tristeza. Entro en el coche y comienza la vuelta a casa como un autómata con el piloto automático y al salir de una curva se muestra brillante, radiante…

El efecto en mi es inmediato, una amplia sonrisa se dibuja en mi rostro. Su fuerza arrastra la negatividad del día cual fuerte ráfaga de viento, tal es su poder sobre mi.

Persigo a la luna camino a casa, la pierdo de vista en un giro y no dejo de escrutar el cielo en su búsqueda. Ahí está de nuevo, calmando, reseteando, puliendo, alegrando, llenando la batería de energía de esta enamorada suya.

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¿Humanos?

No seré la primera, ni tampoco la última, en decir que hemos perdido el norte, los valores, esos que tienen que hablar de la calidad de una sociedad, de los que presumimos en las campañas solidarias mientras sacamos pecho, ¿dónde estaban ayer al mediodía?

Me encanta pasear por Madrid, perderme en sus calles, deambular sin rumbo. Dejarme llevar por impulsos, una fachada, un escaparate, un callejón… 

Ayer fue uno de esos días. 

Me puse mi calzado más cómodo, me abrigué adecuadamente y me subí a un vagón de tren que me dejaría en el mismo corazón de la ciudad. 

Salto al anden y la primera satisfacción es ir contracorriente, tranquila, sin prisas, intentando evitar la marea humana que quiere sumergirme en sus carreras por no perder el siguiente tren, o alcanzar las escaleras de los primeros, todo por arañar unos cuantos segundos al reloj.

Miércoles laborable, hora de comer, buen momento para recrear la vista en el paisaje urbano, y en los distintos  personajes que pueblan este espacio. Un día radiante, cielo azul, aire limpio debido a las bajas temperaturas, en torno a los cuatro grados y numerosos tipos humanos moviéndose cual hormigas, cada uno en pos de su objetivo. 

Los turistas plasmar todo en sus fotos, los hombres anuncio intentando captar clientes, las gitanas con ramitas de romero en las manos atrapar incautos a los que sacar unas monedas con una pretendida lectura de manos, los músicos quieren, además de las monedas, reconocimiento y aplauso, al igual que los otros artistas callejeros, titiriteros, acróbatas. Los acomodados pretenden conseguir las gangas de los grandes almacenes próximos, los menos acaudalados llevan montones de bolsas de esos otros almacenes más asequibles, los trabajadores vuelven a casa, a comer para luego incorporarse de nuevo a sus quehaceres… Jubilados con mucho tiempo libre se paran ante cada escaparate y cada escena que llama la atención, jóvenes estudiantes llenando huecos entre clases… Sin techo con sus pertenencias en bolsas, entre cartones, protegiéndose del frío como buenamente pueden, un hombre viejo, con un gorro de legionario, medio vuelto hacia la pared, como avergonzado, está junto a un aparato que emite música militar. Cada uno busca su sustento como buenamente puede.

Algo llama mi atención. Un repetitivo soniquete me hace girar la cabeza. 

Allí, en pleno centro de esta ciudad, un hombre joven mueve su cabeza violenta y repetidamente. 

Tiene atrapado un vaso entre los dientes, y dentro de éste unas monedas, que al chocar entre sí provocan ese sonido. Está sentado, creo que sobre una silla, porque me parece alto. Se pretende que destaque de todas la maneras posibles. No tiene brazos. Y para dejar constancia de ello, solo viste una pobre camiseta de tirantes para dejar al aire sus desnudos muñones a la altura de sus hombros. ¡¡Cuatro grados, la temperatura es de cuatro grados!!


Podría tener un jersey que protegiera su cuerpo del frío intenso que hacía en Madrid, pero no sería lo suficientemente patético. Aunque si lo era el movimiento desesperado de su cabeza agitando las monedas dentro del vaso de plástico tal vez para entrar en calor… y para despertar la compasión del transeúnte.

Pensé en las mafias que trafican con las minusvalías y miserias humanas y las explotan para llenarse los bolsillos. Les es indiferente un bebé, una anciana, un mutilado. ¿Cuántas monedas debía conseguir para que le cubrieran con algo de abrigo y poder entrar en calor?

Sentí vergüenza por pertenecer al mismo género, rabia, impotencia. Me sentí cobarde por mirar para otro lado, como los cientos de personas que pasaron junto a él. No podía apartar de mi mente el sonido de las monedas, ni la visión de los enrojecidos muñones mientras me alejaba de allí apretando el paso y entonces la otra cara, la humana, la amable me vino a demostrar que no todo está perdido.

Vino de la mano de otro ser desventurado, de un sin techo. Éste se encontraba recostado en la pared de una calle cercana, sobre cartones, con su vida metida en varios fardos que le rodeaban y le aislaban de la gélida temperatura, envuelto en una manta gastada y sucia, en la misma que cobijaba a un perro, tan protegido como él mismo. Siempre son más generosos quienes menos tienen.

Dos caras: la generosidad, la compasión, el amor por otro ser contra la avaricia, la crueldad, la indiferencia. Y nosotros testigos mudos, consentidores. ¿Humanos?

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Animales

Se despierta conmigo, cada mañana.

Juntas saltamos de la cama. Ella siempre dos pasos delante de mí. Se sabe mis rutinas y a pesar de ello, de vez en cuando voltea la cabeza, para ver si hay alguna novedad.

Visita obligada al baño, después toca abrir las ventanas para librarnos del aire viciado de la noche y para asomarnos al mundo y ver qué cara nos muestra hoy.

Con un trotecillo alegre me precede camino de la cocina. Hace tiempo explorando su comedero o dando un largo trago de agua, mientras meto la leche al microondas y enciendo la cafetera y decido con qué acompañó hoy el café. Me gusta comer, porqué negarlo.

 Sacó las banquetas de debajo de la mesa, una para ella que la ocupa aún antes de dejarla en su lugar, la otra para mí. Y comienza un baile entre banqueta y banqueta. Siempre acaba sentada en la mía, a la espera de la misma frase, cada día: A tu sitio. Y obediente, con un suave maullido, se traslada de lugar.

Me siento, por fin. 

El móvil, diabólicas redes sociales, ocupa un lugar privilegiado en la mesa. Hay que ponerse al día de las novedades, esas que publicamos para sentirnos un poco menos solos.

Mientras, Punky solo tiene un objetivo, mi comida. Le es indiferente dulce o salada. Su misión , casi imposible, salvo por un descuido mío o el triunfo de sus reflejos sobre los míos, es arrebatarme una porción, aunque sea diminuta.

Finalmente se da por vencida y comienza el otro ritual, el que la hace más humana que muchas personas. Insiste hasta que consigue subir a mis rodillas, se incorpora sobre sus patas traseras, deposita su cabecita y las delanteras en mi hombro y me envuelve en un cálido abrazo mientras no para de ronronear. 

¿Cómo, un ser tan diminuto, puede dar tanto consuelo, tanto amor? Hasta conmover las más íntimas fibras de mi alma. 

Animales los llaman.

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Propósitos 


Una vez más el tiempo de los buenos propósitos, de cambios deseados y planificados. Tiempo de dejar los malos hábitos, de adquirir otros más saludables para nuestro cuerpo y nuestra alma.Año nuevo, vida nueva.

¿Vida nueva?

Pareciera como si al sonar la última campanada todo aquello que escuece, que chirría, que frena nuestro avance, fuera a quedarse atrás. Como si el tañido de las campañas del reloj nos infundiera una fuerza mágica capaz de romper cadenas.

Limpiamos la casa, los muebles, e incluso puede que los armarios para que no quede ni el mínimo vestigio de todo aquellos que huele a rancio o que aún se lleva jirones de nuestro corazón o nuestra alma al asomar por cualquier rincón.

Mas se nos olvida eso precisamente, nuestro corazón, nuestra alma. He ahí lo que debemos limpiar.

Arrancar los miedos que nos paralizan y nos mantienen anclados al pasado, reviviéndolo para no volver a repetirlo. Unos porque dolió demasiado, otros porque fue hermoso.

Limpiar el dolor que nos atenaza y nos hace llorar, pues esas lagrimas no nos permiten ver aquello que nos rodea y tenemos al alcance de la mano. Ese que nos hace blindarnos para no sentir.

Se nos olvida que el camino comienza con un solo paso y se va construyendo a medida que lo recorremos, que la vida es tan maravillosa que merece la pena el riesgo de la caída. Total, ¿que sería lo peor que podría pasarnos? ¿Que tendríamos que volver a ponernos de pie? ¿Y no es eso lo que hacemos desde que somos capaces de sostenernos erguidos? ¿Cómo aprender a caminar?

Luego hacemos planes con destinos lejanos, objetivos que nos demostrarán cuan fuertes somos, nuestra tenacidad y valía.

Pobres ilusos que la mayoría de las veces, cuál burros con orejeras nos perdemos las maravillas que nos muestra el viaje en sí, los recodos del camino, la belleza al otro lado de la acera, absortos en conseguir esa meta.

Párate, mira a tu alrededor, respira, bebe de la fuente aunque no esté planeado, desvíate del camino, ya volverás , o no. Tal vez encuentres algo mejor y de no ser así, te habrás llenado las manos con la esencia del camino, la nariz de ricos aromas, los brazos con otros brazos amigos. ¿Qué importa tardar un poco más si mereció la pena el recorrido?

¿Acaso prefieres ir hasta tu meta con las manos vacías? ¿Y luego qué? ¿Buscamos otro objetivo lejano que te deje igual de insatisfecho?

No más planes, salvo vivir. Cada día. Y disfrutar. De una flor, de una nube veloz que recorra el cielo, de una gota de lluvia y del viento en la cara, de una sonrisa, de un abrazo, de una canción, de una confidencia, de un baile, de un beso, de un paseo, de una caricia, de una mirada…. Este es mi propósito para el año nuevo.

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Para mí

Y se vistió los colores dorados y rojos del otoño para mí. Y los verdes se hicieron más intensos. Hasta el agua de los estanques era más brillante para saludarme, para acogerme entre sus hoy embarradas sendas.Y llamó a la lluvia para lavar el rastro que la contaminación había dejado en sus hojas.

Y ésta espantó a los domingueros ociosos.

Entonces se mostró solo para mí y posó coqueto, insinuante. Sí, así como los amantes que se comunican con miradas que los otros no captan.

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De nuevo aquí

La sombra del árbol te abraza y te salva con su frescor del abrasador aire del parque.El paraje es árido y decadente, la fuente seca y agrietada, el sol apenas se atreve a colarse entre las hojas de estos colosos verdes , mientras que un desangelado círculo de enanos rosales intenta dar una pincelada de color con sus escasas y pálidas rosas


A estas horas de un domingo de agosto, solo los románticos permanecen en un cómodo banco, bajo una tupida sombra, en su rincón favorito y alguna pareja acelera el paso, ya de salida, para buscar un lugar donde comer.

No hay prisas.

Se escucha el zureo de las palomas y algún q otro trino, con el sonido de las hojas secas del suelo movidas por una ligera brisa e invitando a las que aun cuelgan de sus ramas a acompañarlas. Éstas, inquietas, declinan la invitación con un suave balanceo.

Las sendas se abren ante mí urgiéndome a seguir mi paseo. No puedo resistirme

Sigo mi ruta tras el agua y su reír. Saludo los viejos árboles conocidos, muchos heridos por el paso del tiempo y sufro con esas heridas q tarde o temprano acabaran con ellos en el suelo.


Por un momento la paz que me transmite este lugar se ve perturbada por los gritos de alguna irrespetuosa y la radio que escucha, privándose de los sonidos de la vida, esos que habitualmente nos esconden las prisas, los coches, pero consigo alejarme.

Ahora son las chicharras con un coro ruidoso, nada q ver con la música de aquellas mujeres y sus alaridos tratando de llamar la atención de los escasos visitantes.

Hasta he visto a la ardilla, que huraña no se ha dejado retratar y ha salido corriendo mostrándome su esponjosa cola mientras se paraba para ver si yo la seguía.

Salvo las urracas y alguna paloma, solo unos cuantos locos deambulamos a estas horas por aquí.

 Me siento en el mullido y húmedo césped, desde esta posición todo es diferente.


El espíritu del Capricho ha hecho su efecto, y la muestra, mi sonrisa, me delata.

A medida q me acerco a la salida aumenta el calor y curiosamente no me afecta. No pasará mucho hasta la próxima vez

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Desde mi ventana

  
El cielo está plomizo hoy. Se derrama mansamente para limpiar la ciudad y dar intensidad a los colores de la recién estrenada primavera.

El suelo brillante y húmedo muestra un desvaído retrato de quienes atraviesan hoy las calles y de los coches que hacen saltar el agua bajo sus ruedas y llenan de ruido el aire, como si quisieran apagar los trinos persistentes de los diminutos pájaros.

La lluvia ha sacado por fin de los botones que culminaban los árboles unas diminutas hojas verdes que comienzan a llenarlo todo de vívidos colores.

Los pétalos de las flores más tempranas que inundaron los jardines días atrás están dejando paso a las hojas rojizas que ponen la nota discordante con los árboles vecinos.

Las palomas han comenzado sus puestas y permanecen en sus improvisados nidos dando calor a su futura prole.

Los edificios permanecen sombríos bajo la callada lluvia mientras los hombres pasan ajenos a semejante belleza sumergidos en las conchas de sus paraguas protegidos de la lluvia y pareciera también que del resto del mundo.

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Abuelo

  
El homenaje de mi hijo a su abuelo
Abuelo

Buenos días.

Lo primero de todo os doy las gracias en nombre de todos por estar aquí con nosotros y con él. Muchas gracias a todos.

La verdad es que no sé bien lo que decir, porque parece que aún lo estoy viendo con sus gafillas, sus andares, su huesecillo ese de cereza… su navaja… ¿Eh? La navaja. Anda que no había que tener cuidado con la navaja. Era… la navaja del abuelo.

Una de las cosas que siempre voy a recordar van a ser esos momentos de silencio, justo antes de soltar una frase del tipo “Dejad a la chica en paz”, “Verónica chata, vas muy remangada”, “Laura vas a coger frío”, “Sonia, te voy a cortar los pantalones” o “artista, quédate a dormir aquí y amaneces sin cresta”. Cuando te soltaba una de esas… ojo.

Otra cosa era su sentido del humor… cosa aparte. Es la única persona a la que he visto saludar a otra cambiando el “¿Cómo estás?” de rigor por un “¿Cómo estoy?”. Capaz de al ir a hacerle una foto y pedirle el típico “patata”, sorprendernos con un “manzana”, y tantas y tantas otras.

O su fortaleza. Cómo se dejaba hacer en el hospital sin una queja. Cómo por muy mal que estuviera, al preguntarle qué tal estaba siempre decía “Bien”. SIEMPRE.

Y lo que nos quería. Cómo lo último que decía siempre era “besos para tu madre”, “besos para tu tía, para tus hijos, para tu abuela…”.

Y la ilusión que le hizo la última vez que comimos juntos y no se lo esperaba… ¡Qué contento se puso!

Lo orgulloso que estaba de nosotros: de sus hijas, de sus nietos, de ti, abuela… Y nosotros de él. Sinceramente estoy muy orgulloso de ser su nieto.

Me gustaría que todos pensarais en algún recuerdo, alguna anécdota con él, y le dediquéis una gran sonrisa. Mi anécdota, lo que siempre voy a recordar y jamás olvidaré es que el caballo del abuelo hace “íííííííííí” y el otro caballo hace “tojotojo”.

Ya por último me gustaría decirte abuelo que no te preocupes, que nos vamos a cuidar mucho. Que vamos a cuidar de la abuela tanto como ella te ha cuidado a ti. Que vamos a estar con ella como ella lo ha estado contigo, y mira que nos ha puesto alto el listón, ¿eh? Te quejarás…

Que te queremos abuelo, papá, Prudencio.

Y que si dicen que una persona no muere mientras alguien le recuerde, tú nunca vas a morir porque siempre te vamos a llevar aquí en el corazón. Te quiero abuelo.

Hemos callao.

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Niebla

Esta mañana la ciudad ha amanecido tímida, pudorosa, tanto que se ha escondido tras un tupido velo gris que apenas traspasaban los faros de los coches en la carretera, una vez apagadas las farolas de las calles. Las luces de los semáforos difuminadas por la niebla ponían una velada nota de color.

Los viandantes se movían a paso más que ligero por las aceras, arrebujados en sus cálidos abrigos, con enormes bufandas tapando sus cuellos y gran parte de sus rostros.

En días como éste, en los que todos andan de prisa para escapar del frío intenso, es cuando a mí me apetece andar pausada y lentamente, dejando que el aire helado me acaricie las mejillas sin penetrar en mi cuerpo y disfrutar mientras contemplo los árboles desnudos en cuyas ramas comienzan a asomar pequeñas yemas de las que penden, como perlas transparentes gotas de agua que han dejado las nubes bajas.

De esos diminutos brotes pronto nacerán flores rosadas o blancas que al caer darán paso a las hojas que de nuevo vestirán los árboles y la primavera brotará en todo su esplendor.

Mas no hay que precipitarse, dejemos al invierno hacer su trabajo: los fríos, las nieves, los hielos… El reposo de la tierra, breve reposo para volver a la vida.

  

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El día hoy ha amanecido triste.Se ha vestido el cielo con su manto gris oscuro y ella contagiada de esa tristeza, ha entornado las persianas para que la luz del sol no le moleste y deja salir su pena mansamente a través de sus lágrimas. 

 La ciudad, envidiosa, permite que la lluvia laves sus calles y humedezca las fachadas de sus casas, que se tornan más sombrías por efecto del agua e incluso algunos edificios se difuminan, mientras que otros se yerguen orgullosos y, como sacando pecho, muestran sus líneas y detalles con más intensidad.

Los árboles respiran por las hojas que aún conservan, libres éstas ahora del polvo y la polución gracias al agua. Muchas, débiles ya, se aferran con más fuerza a sus ramas para no dejarse vencer, pero el líquido elemento y el viento se lo ponen más difícil. 

Estas hojas en el campo, tras su caída, alfombrarían el suelo, coloreándolo con esa variedad de dorados y marrones, lo protegerían del frío venidero y posteriormente servirían de alimento para sus propios árboles, con lo que volverían a ser parte de ellos nuevamente, pero aquí, en la ciudad, no se aprecia la belleza de sus tonos otoñales, más bien se las mira molestos y aprensivos y se evita pisarlas temerosos de resbalar con ellas y caer.

Los conocidos que se cruzan en la calle hoy no se detienen para charlar, se saludan al paso, mientras se cobijan en sus cálidas ropas y se protegen con paraguas para resguardarse del aguacero.

Pero no todos. Muy de vez en cuando alguno no sigue las reglas. Se le puede ver caminando a destiempo, recreándose, permitiendo que las gotas de lluvia resbalen por su cara, y le refresquen la cara y le hagan sentir vivo.

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